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jueves, mayo 07, 2009

El crack que no fue

Algunas brujas del pueblo comentan en días de tormenta que supo vivir por la zona un pibe que jugaba bien al fobal, pero que atacado por vaya a saber uno que tipo de maldición nunca pudo llegar a destacarse en el fútbol grande.

Según los cuentos, el pibe la descosía en los picados del barrio, allá en el baldío de la calle Balcarce. Si, donde ahora vive la gorda esa que espanta a los chicos que pasan en bicicleta por su vereda.
Tan bien jugaba el pibe que hasta los que pasaban frente al baldío detenían su marcha para verlo.

Sus gambetas levantaban polvareda, y las piernas de sus rivales, a veces con un poco de mala intención, parecían flamear en el aire cuando el pibe pasaba con la pelota pegada a sus pies.
El grito de gol le llenaba el pecho, aunque solamente era un partido entre los chicos de la cuadra, y se agarraba del poste de luz como simulando colgarse del alambrado de una imaginaria cancha profesional.

Todos decíamos, cuando Fulanito sea grande, la va a romper en algún club importante.

Y el fútbol era parte de su vida.
Sí, iba a la escuela... y era buen alumno. No crean que solamente la pelota era la dueña de su vida.
El tipo se daba maña hasta para ser normal.
Que lo parió.

Y a nosotros, que disfrutábamos su juego cuando nos tocaba ser parte de su equipo, también nos daba una bronca bárbara cuando la pisadita lo mandaba para el rival.
Pero lo queríamos mucho, rivales o no.
Siempre amigos.

Y así le llegó la oportunidad de empezar a jugar "por los porotos".
Uno de esos tipos que siempre andan yirando por ahí, buscando talentos para el fobal "denserio", lo vio y no dudó.
"A éste lo ficho", seguramente se dijo, y a la semana siguiente ya estaba entrenando en la Octava de un club de la ciudad.

Pero Fernandito, que así se llamaba, no se olvidaba de sus amigos.
"Mañana no entreno", nos gritaba desde su bicicleta, y ya nos poníamos en campaña para organizar el picadito.

A mí no me costaba nada.
Yo vivía al lado del baldío y encima era el depositario de la redonda, así que enseguida hacía correr la voz y listo.

Y cuando nos juntábamos volvíamos a ser los de siempre. Pisadita, elección de equipos y a otra cosa.
Gambetas, paredes con los compañeros y con la medianera de mi casa, goles, abrazos, y cuando era necesario... pum para arriba y a sacarla que quema. En fin, todo lo que brinda un fobal de potrero.
Hasta ir a buscarla a la casa de algún vecino, momento álgido que nos daba bronca... más por la suspensión temporal del partido que por el hecho de enfrentar a la "de la escoba". O trepar la medianera de casa porque la pelota iba a dar ahí, y a seguir jugando.
Y Fernandito que seguía haciendo magia con sus pies.

Pero, como lamentablemente pasa, un día la magia se fue.
Vaya a saber porque razones del destino, todo pasó.
Y sí, seguimos jugando, juntándonos, maltratando la pelota, pero ya no era lo mismo.
Y hasta la octava de aquel club de barrio perdió la magia que había empezado a mostrarse en los torneos de Liga.

Y crecimos, y el baldío empezó a olvidarse.
Los arcos de madera que había hecho mi viejo terminaron por desaparecer y al final, alguien decidió construir.
Y yo me fui del pueblo, para regresar años después.

Y les juro, que aún, a pesar de la casa que se levanta en ese lugar, me parece ver la canchita, los arcos, y hasta escuchar la voz de Fernandito que nos gritaba "mañana no entreno!"

(dedicado a Fernandito Alemany, que se nos fue tempranito, "redepente" como decía alguien).

2 comentarios:

Gabriel dijo...

Qué buen relato, Mike!!! Me gustó mucho

Mike dijo...

Gracias, Gabriel.
La verdad, empezo como mail en Arg-Dep y termino convirtiendose en esto...
Historias de vida...

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